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El Sillón Bol

Un par de tibias y una calavera

Marco Pantani se ha despedido de esta última etapa vital rodeado de antidepresivos, con el torso desnudo, en una triste habitación de un hotel de Rímini. El corazón que le hizo grande en 1994 en las rampas del Mortirolo le ha dicho hasta aquí hemos llegado. ¡Ciao Pirata!

Con par de de piernas y una calavera envuelta en un pañuelo corsario Marco Pantani asombró a los aficionados con su ciclismo salvaje y espectacular. Sus ascensiones eran abordajes a los buques insignias del pelotón. Cuando el pirata se colocaba el cuchilllo entre los dientes temblaban los Ulrich, Armstrong e Indurain. El elefantino fue nuestro ídolo en las cumbres dolomíticas, alpinas y pirenaicas.

El empalagoso día de San Valentín Pantani encontró la muerte frente al mar Adriático. Federico Fellini nació a unos metros de donde el ciclista falleció. Rímini se habia instalado entre nosotros gracias a su película Amarcord como un lugar de excesos, donde la estanquera ahogaba con sus tremendas tetas al adolescente ansioso de sexo y donde la monja enana disfrutaba de las excursiones dominicales bajo la canícula italiana. Y precisamente ha sido en esta ciudad, hoy superturística, donde Marco ha cometido su último exceso. Pobre hombre.

Esta muerte de un ciclista nos ha traido a la memoria la del Chava Jiménez con la que cerramos la temporada de las dos ruedas. Hoy la abrimos con esta desgracia. Pantani tuvo sus momentos de dolce vita y de exitosas singladuras en las que encontró la isla del tesoro, hasta que un fatídico día de 1999 le expulsaron por doping del Giro. Nunca superó este mazazo. Bajó del cielo al infierno de Dante en cuestón de segundos, más rápido que cuando descendió el Galibier en el 98, el año de su doblete.

Hoy guardamos luto por un escalador legendario con el que disfrutamos en las cunetas del Pordoi y la Marmolada. Hoy lloramos a un pirato cojo con cara de malo. ¡Sabina dédicale esa canción! Hoy nos reponemos al duro golpe de la desaparición de un deportista de nuestra generación. Mañana diremos adiós a un chaval de 34 años sobre el que caerá la tierra eterna sepultando para siempre un par de tibias y una calavera.

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