Volata arco iris
Verona está enamorada de Óscar Freire. La ciudad del Veneto ama apasionadamente al cántabro. La Arena romana rindió pleitesía al César del arco iris. Julieta, pasa de Romeo, y se asoma al balcón de Óscar para entregarle su amor eterno. El domingo en su ciudad talisman los Montesco y Capuletos hicieron pasillo al de Torrelavega, la pulga deja paso al bisonte.
La estampida de Freire fue espectacular. Con la rodilla de Bettini llena de linimento en boxes, la locomotora hispana se puso a rodar en plan Fassa Bartolo, parecía el AVE, pero sin socavones. A falta de dos vueltas comenté a los que estaban viendo conmigo la retransmisión por la 2 "gana Freire". Se sorprendieron de mi contundencia y les argumenté que, por no sé que extrañas circunstancias, los corredores tienen una relación especial con las ciudades que hacen de meta. Les recordé a González de Galdeano que siempre gana cuando la Vuelta llega a Gijón, a Piepoli y sus seguras victorias en Neila o en la Subida a Urkiola, a Abdujaparov que ganaba en París, a Musew en Roubaix y a Moreno Argentin, aquel sprinter italiano que se parecía a Hugo Sánchez, en la Lieja-Bastogne-Lieja. Estos ciclistas, por lo que sea, afrontan sus llegadas favoritas con un grado de concentración máximo, y normalmente no defraudan.
Y así ocurrió el domingo. Freire en su fuero interno sabía que no desilusionaría al vetusto adoquín de la parte vieja de Verona. La ciudad de Romeo y Julieta le iba a ayudar a enfundarse el maillot arco iris, con esos preciosos colores que enarbolan pacifistas, gays y campeones del mundo txirrindulari. El amor propio de Óscar contagió a Valverde, que sucumbió a los encantos del cántabro para que le lanzara en el sprint. A falta de dos kilómetros, en una de esas tomas aéreas que nos sirvió la RAI, aprecié como el murciano, el del casco verde, subía a Freire a los primeros lugares. Entonces, volví a advertir a mis cuñados: Freire gana, le va a lanzar Valverde. Arriesgué bastante con la predicción porque ya habían entrado por detrás Zabel y O'Grady, dos duros huesos para la volata final. Sin embargo, a falta de 200 metros vi apartarse a Valverde y dejar paso a los dientes afilados de un imparable Óscar Freire. Tricampeón, igualando en entorchados a Binda, al impronunciable Van der Stemberg y al mismísimo Eddy Merckx. Eso si es un campeón de clase mundial, y no los galácticos reñidos con otro arco iris, el del gol.
La estampida de Freire fue espectacular. Con la rodilla de Bettini llena de linimento en boxes, la locomotora hispana se puso a rodar en plan Fassa Bartolo, parecía el AVE, pero sin socavones. A falta de dos vueltas comenté a los que estaban viendo conmigo la retransmisión por la 2 "gana Freire". Se sorprendieron de mi contundencia y les argumenté que, por no sé que extrañas circunstancias, los corredores tienen una relación especial con las ciudades que hacen de meta. Les recordé a González de Galdeano que siempre gana cuando la Vuelta llega a Gijón, a Piepoli y sus seguras victorias en Neila o en la Subida a Urkiola, a Abdujaparov que ganaba en París, a Musew en Roubaix y a Moreno Argentin, aquel sprinter italiano que se parecía a Hugo Sánchez, en la Lieja-Bastogne-Lieja. Estos ciclistas, por lo que sea, afrontan sus llegadas favoritas con un grado de concentración máximo, y normalmente no defraudan.
Y así ocurrió el domingo. Freire en su fuero interno sabía que no desilusionaría al vetusto adoquín de la parte vieja de Verona. La ciudad de Romeo y Julieta le iba a ayudar a enfundarse el maillot arco iris, con esos preciosos colores que enarbolan pacifistas, gays y campeones del mundo txirrindulari. El amor propio de Óscar contagió a Valverde, que sucumbió a los encantos del cántabro para que le lanzara en el sprint. A falta de dos kilómetros, en una de esas tomas aéreas que nos sirvió la RAI, aprecié como el murciano, el del casco verde, subía a Freire a los primeros lugares. Entonces, volví a advertir a mis cuñados: Freire gana, le va a lanzar Valverde. Arriesgué bastante con la predicción porque ya habían entrado por detrás Zabel y O'Grady, dos duros huesos para la volata final. Sin embargo, a falta de 200 metros vi apartarse a Valverde y dejar paso a los dientes afilados de un imparable Óscar Freire. Tricampeón, igualando en entorchados a Binda, al impronunciable Van der Stemberg y al mismísimo Eddy Merckx. Eso si es un campeón de clase mundial, y no los galácticos reñidos con otro arco iris, el del gol.
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