El Giro adolescente
El Giro de Italia da sus últimas bocanadas, y tras los registros de anoche salta de las páginas deportivas a las de sucesos. Gracias a ETB en las imágenes y a RNE, que tiene desplazados a dos corresponsales, me estoy enterando del nacimiento del bambino de oro Cunego. Espero ansioso en mi sillón bol el paso del Gavia de mañana.
Uno recuerda el Giro como componente de su etapa infantil y adolescente, donde ninguna cadena lo echaba por televisión y nos teníamos que apañar con la pizarra en el escaparate de la tienda de Bicicletas Castillo en Durango, que puntualmente nos informaba de la Etapa del Día y la Clasificación General. Era el ciclismo romántico, en el que nunca veías una imagen (a lo sumo unos segundos en el telediario); te fiabas de las crónicas periodísticas, a las que añadías tus dosis de imaginación, y visualizabas a Merckx sufriendo tras el enésimo hachazo de Fuente en las Dolomitas.
Eran los Giros voraces del caníbal belga (Meckx una vez esprintó bajo una pancarta del PCI creyendo que era una meta volante); era el Giro del desaparecido José Manuel Fuente Tarangu (el corredor asturiano del mítico equipo Kas alternaba días de gloria por las cumbres alpinas con estruendosas pájaras); del vitoriano Paco Galdos, que a punto estuvo de ganarle un Giro a Bertoglio, que ni él sabe como aguantó la ascensión al Stelvio alguno dijo que al italiano lo subieron en camioneta; era el Giro de mi paisano Andrés Gandarias que ganó una etapa reina con más de 20 minutos de diferencia, estableciendo un récord en las escapadas; y fue el Giro de Santiesteban, que dejó su vida en la bajada de un maldito y engravillado puerto siciliano. Cuando vimos la noticia en la pizarra de Castillo nos quedamos helados, en mi pueblo hubo hasta funeral por el alma del santanderino.
Ese era el ciclismo épico que nos transmitía el Giro de nuestra edad de la inocencia, luego, ya con la tele, vendrían las aburridas etapas llanas para que Saronni y Moser se enfundaran la maglia rosa. O aquel año en que una heladora nevada convirtió al Paso di Gavia en un lugar mítico, el holandés Johan Van der Velde pasó primero por la cumbre, y abajo, en la meta perdió 45 minutos, imagínense cómo de dramática fue la bajada. Ese día los carruseles deportivos desgastaron el famoso calificativo de la Bajada a los Infiernos de Dante.
Y por supuesto, también pudimos contemplar a través de la pequeña pantalla el triunfo y la clase de Indurain por la Marmolada, el Pordoi, Santuario de Oropa, etc. ¿Y qué decir del espectáculo del desaparecido Pantani?, último juguete roto del deporte.
Ahora el interés estriba en ver si Petachi ganará en Milán o si Cunego osará dejar a rueda a su capo Simoni.
Pero te pasa como cuando se compara una novela y su transcripción cinematográfica, es muy difícil que el lenguaje visual supere al imaginario. En fin, en estas décadas hemos pasado, entre otras cosas, de la pizarra de Castillo a la fusión digital y el recepetor de plasma, casi nada.
Uno recuerda el Giro como componente de su etapa infantil y adolescente, donde ninguna cadena lo echaba por televisión y nos teníamos que apañar con la pizarra en el escaparate de la tienda de Bicicletas Castillo en Durango, que puntualmente nos informaba de la Etapa del Día y la Clasificación General. Era el ciclismo romántico, en el que nunca veías una imagen (a lo sumo unos segundos en el telediario); te fiabas de las crónicas periodísticas, a las que añadías tus dosis de imaginación, y visualizabas a Merckx sufriendo tras el enésimo hachazo de Fuente en las Dolomitas.
Eran los Giros voraces del caníbal belga (Meckx una vez esprintó bajo una pancarta del PCI creyendo que era una meta volante); era el Giro del desaparecido José Manuel Fuente Tarangu (el corredor asturiano del mítico equipo Kas alternaba días de gloria por las cumbres alpinas con estruendosas pájaras); del vitoriano Paco Galdos, que a punto estuvo de ganarle un Giro a Bertoglio, que ni él sabe como aguantó la ascensión al Stelvio alguno dijo que al italiano lo subieron en camioneta; era el Giro de mi paisano Andrés Gandarias que ganó una etapa reina con más de 20 minutos de diferencia, estableciendo un récord en las escapadas; y fue el Giro de Santiesteban, que dejó su vida en la bajada de un maldito y engravillado puerto siciliano. Cuando vimos la noticia en la pizarra de Castillo nos quedamos helados, en mi pueblo hubo hasta funeral por el alma del santanderino.
Ese era el ciclismo épico que nos transmitía el Giro de nuestra edad de la inocencia, luego, ya con la tele, vendrían las aburridas etapas llanas para que Saronni y Moser se enfundaran la maglia rosa. O aquel año en que una heladora nevada convirtió al Paso di Gavia en un lugar mítico, el holandés Johan Van der Velde pasó primero por la cumbre, y abajo, en la meta perdió 45 minutos, imagínense cómo de dramática fue la bajada. Ese día los carruseles deportivos desgastaron el famoso calificativo de la Bajada a los Infiernos de Dante.
Y por supuesto, también pudimos contemplar a través de la pequeña pantalla el triunfo y la clase de Indurain por la Marmolada, el Pordoi, Santuario de Oropa, etc. ¿Y qué decir del espectáculo del desaparecido Pantani?, último juguete roto del deporte.
Ahora el interés estriba en ver si Petachi ganará en Milán o si Cunego osará dejar a rueda a su capo Simoni.
Pero te pasa como cuando se compara una novela y su transcripción cinematográfica, es muy difícil que el lenguaje visual supere al imaginario. En fin, en estas décadas hemos pasado, entre otras cosas, de la pizarra de Castillo a la fusión digital y el recepetor de plasma, casi nada.
2 comentarios
El corredor -
Y ha habido otras, como esta, donde el Giro es una carrera, de y para italianos, donde parece que solo les importa a ellos, y ademas eso les da lo mismo
Anónimo -